miércoles, 25 de febrero de 2009

SER FELIZ

Si quieres saber lo que significa ser feliz, observa una flor, un pájaro, un niño...: ellos son imágenes perfectas del reino, porque viven el eterno ahora, sin pasado ni futuro. Por eso no conocen la culpa y la inquietud que tanto atormentan a los seres humanos, están llenos de la pura alegría de vivir y se deleitan, no tanto en las personas o cosas, cuanto en la vida misma. Mientras tu felicidad esté originada o sostenida por algo o por alguien exterior a ti, seguirás en la región de los muertos. El día en que seas feliz sin razón alguna, el día en que goces con todo y con nada, ese día sabrás que has descubierto ese país de la alegría interminable que llamamos "el reino".
Encontrar el reino es lo más fácil del mundo, pero también lo más difícil. Es fácil, porque el reino está a tu alrededor y aun dentro mismo de ti. y lo único que tienes que hacer es extender tu mano y tomar posesión de él. Y es difícil, porque, si deseas poseer el reino, no puedes poseer nada más. Es decir, debes acceder a lo más hondo de ti mismo sin apoyarte en nada ni en nadie, arrebatando a todos y a todo, para siempre, el poder de estremecerte, de emocionarte o de darte una sensación de seguridad o de bienestar. Para lo cual, lo primero que necesitas es ver con absoluta claridad esta contundente verdad: contrariamente a lo que tu cultura y tu religión te han enseñado, nada, absolutamente nada, puede hacerte feliz. En el momento en que consigas ver esto, dejarás de ir de una ocupación a otra, de un amigo a otro, de un lugar a otro, de una técnica espiritual a otra, de un gurú a otro... Ninguna de esas cosas puede proporcionarte ni un solo minuto de felicidad. Lo más que pueden ofrecerte es un estremecimiento pasajero, un placer que al principio crece en intensidad, pero que se convierte automáticamente en dolor en cuanto los pierdes, y en hastío si se prolongan indefinidamente.
Piensa en las innumerables personas y cosas que tanto te han entusiasmado en el pasado. ¿Qué ha sucedido? En cada caso, han acabado produciéndote sufrimiento o aburrimiento, ¿no es verdad? Es absolutamente esencial que consigas ver esto, porque, mientras no lo hagas, no habrá posibilidad alguna de que descubras el reino de la alegría. La mayoría de las personas no están preparadas para verlo en tanto no hayan padecido repetidas veces la desilusión y la tristeza. Y, aun así, sólo una persona entre un millón siente el deseo de ver. Los demás, la inmensa mayoría, se limitan a seguir llamando patéticamente a la puerta de otras criaturas, mendigando sin recato, implorando afecto, aprobación, consejos, poder, honor, éxito... Y es que se niegan obstinadamente a entender que la felicidad no está en ella, cosas.
Si buscas dentro de tu corazón, descubrirás algo que te permitirá entender: una chispa de desencanto y descontento que, si se atiza, se convertirá en un fuego devastador que consumirá todo el mundo ilusorio en el que vives, desvelando así ante tus asombrados ojos el reino en el que, sin sospecharlo siquiera, has estado viviendo siempre. ¿Te has sentido alguna vez asqueado de la vida, mortalmente aburrido de huir constantemente de miedos y ansiedades, cansado de mendigar, harto de dejarte arrastrar por tus apegos y tus "adicciones"? ¿Has sentido alguna vez la absoluta falta de sentido de luchar por conseguir un título, encontrar un trabajo y dedicarte a experimentar el aburrimiento de la vida o, si eres una persona que no puede parar quieta, vivir en una confusión emocional originada por aquellas cosas que te afanas por conseguir? Si lo has sentido -y difícilmente habrá un ser humano que no lo haya hecho-, entonces la llama divina del descontento ha prendido en tu corazón, y es el momento de alimentarla, antes de que la apaguen los rutinarios quehaceres de la vida. Es la ocasión que te depara el destino para que, simplemente, encuentres el momento de escapar y de examinar tu vida, permitiendo que la llama siga creciendo mientras lo haces, negándote a permitir, en cambio, que nada en el mundo te distraiga de esa tarea.
Es el momento de que comprendas que no hay absolutamente nada ajeno a ti que pueda proporcionarte una alegría duradera. Pero, en el instante mismo en que lo hagas, comprobarás que en tu corazón nace un temor: el temor a que, si das pábulo al descontento, éste se convierta en una pasión devastadora que se apodere de ti y te haga rebelarte contra todo cuanto tu cultura y tu religión consideran estimable, contra toda una forma de pensar, sentir y percibir el mundo que ellas (tu cultura y tu religión) te han obligado a aceptar. Ese fuego devorador no se limitará a poner en peligro tu nave, sino que la reducirá a cenizas. De pronto te encontrarás viviendo en un mundo del todo diferente, infinitamente alejado del mundo de las personas que te rodean, porque todo cuanto los demás estiman y por lo que claman sus corazones (honor, poder, aceptación, aprobación, seguridad, riqueza...) es visto como la hedionda, repugnante y nauseabunda basura que en realidad es. Y todo aquello de lo que los demás huyen sin parar ya no volverá a infundirte terror. Te has vuelto una persona serena, intrépida y libre, porque has abandonado tu mundo ilusorio y has entrado en el reino.
Ahora bien, no confundas este descontento divino con la desesperación que a veces induce a la gente a la locura y al suicidio, en cuyo caso no se trataría del impulso místico hacia la vida, sino del impulso neurótico hacia la autodestrucción. Ni lo confundas tampoco con el gimoteo de quienes no hacen más que quejarse de todo: estas personas no son místicos, sino pelmazos en constante campaña en favor de una mejora de sus condiciones carcelarias, cuando lo que necesitarían sería abrir las puertas de su prisión y salir a la libertad.
La mayoría de las personas, cuando sienten en sus corazones el aguijonazo de este descontento, o bien huyen de él drogándose con la búsqueda febril de trabajo, de compañía y de amistad, o bien canalizan el descontento hacia una labor social o hacia la literatura, la música o las llamadas tareas creativas, y se contentan con la reforma, cuando lo que hace falta es la rebelión. Estas personas, aunque tremendamente activas, en realidad no están vivas en absoluto, sino muertas y contentas de vivir en la región de los muertos. La prueba de que tu descontento es divino la constituye el hecho de que no haya en él el menor rastro de tristeza o de amargura, sino que, por el contrario, y aun cuando pueda brotar frecuentemente el miedo en tu corazón, el descontento se vea siempre acompañado de alegría, de la alegría del reino.
He aquí una parábola de dicho reino: el reino se parece a un tesoro escondido en un campo y que es descubierto por un hombre, el cual, loco de contento, va, vende cuanto tiene y compra dicho campo. Si tú no has descubierto aún el tesoro, no malgastes tu tiempo buscándolo, porque puede ser descubierto, pero no puede ser buscado, dado que no tienes la menor idea de en qué consiste dicho tesoro. Lo único que conoces es la letal felicidad de tu actual existencia. Consiguientemente, ¿qué vas a buscar? ¿Y dónde? Mejor será que busques en tu corazón la chispa del descontento y la mantengas hasta que se convierta en un auténtico incendio que reduzca a escombros tu mundo.
Jóvenes o viejos, la mayoría de nosotros estamos descontentos, simplemente porque deseamos algo (más conocimientos, un mejor trabajo, un coche más potente, un salario más abundante...). Nuestro descontento se basa en nuestro deseo de "más". Si la mayoría de nosotros estamos descontentos, es únicamente porque deseamos algo más. Pero no me estaba refiriendo a esta clase de descontento. Evidentemente, el desear "más" nos impide pensar con claridad; pero, si estamos descontentos, no porque deseemos algo, sino porque no sabemos lo que deseamos; si nos sentimos insatisfechos con nuestro trabajo, con la necesidad de hacer dinero y lograr poder y posición, con la tradición, con lo que tenemos y lo que podríamos tener, si estamos insatisfechos, no con algo en particular, sino con todo, entonces creo que descubriremos que nuestro descontento nos proporciona claridad. Cuando no aceptamos ni seguimos, sino que dudamos, investigamos e inquirimos. Entonces se da una intuición o penetración que da lugar a la creatividad y la alegría.
Por lo general, el descontento que experimentas se debe a que no tienes suficiente de algo: estás insatisfecho porque piensas que no tienes suficiente dinero, o poder, o éxito, o fama, o virtud, o amor, o santidad... No es éste el descontento que conduce a la alegría del reino, porque su origen es la codicia y la ambición, y su consecuencia el desasosiego y la frustración. El día en que estés descontento, no porque desees más de algo, sino porque no sabes qué es lo que deseas; el día en que estés mortalmente harto de todo cuanto has estado persiguiendo hasta entonces, harto incluso de perseguirlo, ese día tu corazón alcanzará una inmensa claridad, una intuición. una perspicacia que, de un modo misterioso, te permitirá deleitarte con todo y con nada.

Ser realista

Si deseas entrar en contacto con la realidad de una cosa, lo primero que tienes que comprender es que toda idea deforma la realidad y constituye un obstáculo para ver dicha realidad. La idea no es la realidad: la idea "vino" no es el vino; la idea "mujer" no es esa determinada mujer. Si de veras quieres entrar en contacto con la realidad de esa mujer, debes dejar de lado tu idea de la mujer y tener la experiencia de ella en su singularidad concreta y en su unicidad. Por desgracia, la mayoría de las personas no se toman, la mayoría de las veces, la molestia de ver este tipo de cosas en su singularidad, se limitan a ver las palabras o las ideas, pero sin mirar nunca con ojos de niño esa realidad concreta, única, viva y con plumas que se mueve ahí mismo, delante de ellos; lo único que ven es un gorrión. Nunca ven el maravilloso prodigio de ese ser humano único que tienen ante sí; tan sólo ven a una mujer campesina hindú, por ejemplo. La idea, por consiguiente, es un obstáculo para percibir la realidad.
Pero hay otro obstáculo a la percepción de la realidad: el juicio. Tal cosa o persona es buena o mala, fea o hermosa. Ya es suficiente obstáculo, a la hora de fijarse en esa persona concreta, el tener la idea de "hindú", de "mujer" o de "campesina". Pero, encima, ahora añado un juicio y digo: "es buena" o "es mala"; "es guapa y atractiva" o "es fea y poco atractiva". Lo cual me impide verla, porque no es ni buena ni mala. Es "ella", en toda su singularidad. El cocodrilo y el tigre no son ni buenos ni malos; son cocodrilo y tigre. "Bueno" y "malo" dicen relación a algo exterior a ellos. En la medida en que convienen a mi propósito, o son gratos a mis ojos, o me son útiles, o constituyen para mí una amenaza, en esa medida les llamo "buenos" o "malos".
Piensa ahora en ti mismo cuando alguien dice de ti que eres "bueno" o "atractivo" o "guapo". Una de dos: o bien te muestras duro y displicente, porque en realidad te consideras malo, y te dices a ti mismo que, si el otro te conociera tal como eres, no diría que eres bueno; o bien aceptas las palabras de esa otra persona y te crees de veras que eres bueno, y hasta te hace ilusión el cumplido. En ambos casos te equivocas, porque no eres ni bueno ni malo. Tú eres tú. Si te dejas influir por los juicios de quienes te rodean, estarás siempre acumulando tensión, inseguridad y preocupación, porque, del mismo modo que hoy te llaman "bueno", y ello te alegra, mañana pueden llamarte "malo". y te deprimirás. Por eso, la reacción apropiada y correcta, cuando alguien dice que eres "bueno", consiste en decir: "Esta persona, dada su actual percepción y talante, me ve bueno, lo cual no dice nada acerca de mí. Otro en su lugar, y con su propia manera de ser y de percibir las cosas, me vería malo, lo cual tampoco diría nada acerca de mí".
¡Con qué facilidad nos dejamos engañar por el juicio de los demás y nos formamos una imagen de nosotros mismos basada en ese juicio...! Para liberarte de verdad necesitas escuchar las cosas buenas y malas que ellos quieran contarte, pero no has de reaccionar con mayor emoción que la que manifiesta un ordenador cuando le introducen los datos. Y es que lo que ellos digan acerca de ti revela mucho más sobre ellos mismos que sobre tu persona.
En realidad, también tienes que ser consciente de los juicios que tú hagas acerca de ti mismo, porque incluso éstos se basan, por lo general, en los sistemas de valores de las personas que te rodean. Si juzgas, condenas o apruebas, ¿acaso ves la realidad? Si contemplas algo a través del prisma del juicio, de la aprobación o de la condena, ¿no es ése el principal obstáculo para comprender y observar las cosas tal como son? Cuenta hasta diez cuando una persona te diga que eres alguien muy especial para ella; si aceptas el cumplido, empezarás a acumular tensión. ¿Para qué quieres ser especial para alguien y someterte a semejante clase de juicio aprobatorio? ¿Por qué no contentarte simplemente con ser tú mismo?
Cuando una persona te haga saber lo especial que eres para ella, todo lo más que puedes decir es: "Esta persona, dados sus gustos y necesidades, sus instintos, sus apetencias y sus proyecciones, siente una especial atracción hacia mí, lo cual no dice nada acerca de mí como persona. Otros muchos me encontrarán absolutamente vulgar, y ello tampoco dice nada acerca de mí como persona". En el momento en que aceptes el cumplido y te complazcas en él, habrás dado a esa persona el control sobre ti. Temerás constantemente que conozca a otra persona que le resulte muy especial y te haga perder la posición de privilegio que ocupas en su vida. Consiguientemente, te pasarás la vida bailando al son que ella quiera tocar y respondiendo a sus expectativas, con lo cual habrás perdido tu libertad. En suma, habrás conseguido depender de ella para ser feliz, porque has hecho que tu felicidad dependa del juicio de ella acerca de ti.
Por si fuera poco, aún puedes empeorar las cosas poniéndote a buscar a otras personas que te digan lo especial que eres para ellas e invirtiendo un montón de tiempo y de energías en asegurarte de que nunca van a cambiar esa imagen que tienen de ti. ¡Qué forma de vivir más agotadora...! De pronto, el miedo hace acto de presencia en tu vida; miedo a que se destruya tu imagen. Pero, si lo que buscas es la audacia y la libertad, tienes que deshacerte de ese miedo. ¿Cómo? Negándote a tomar en serio a cualquiera que te diga lo especial que eres para él. Las palabras "Tú eres algo muy especial para mí" tan sólo dicen algo acerca de mi actual disposición con respecto a ti, de mis gustos de mi actual estado de ánimo y de la fase evolutiva en que me encuentro. No dicen otra cosa. Acéptalas, pues, como un simple dato y no te alegres por ellas. Lo que puede alegrarte es mi compañía no mi cumplido; mi actual interacción contigo, no mi elogio. Y, si eres juicioso, me animarás a descubrir a otras personas igualmente especiales, para no verte nunca tentado de aferrarte a esa imagen que yo tengo de ti. No es dicha imagen la que ha de procurarte gozo y contento, porque eres consciente de que la imagen que yo tengo de ti puede cambiar muy fácilmente. Lo que has de disfrutar, pues, es el momento presente, porque, si te complaces en la imagen que yo tengo de ti, entonces te tendré controlado, y te dará miedo ser tú mismo, por temor a hacerme daño; te dará miedo decirme la verdad y hacer cualquier cosa que pueda deteriorar la imagen que yo tengo de ti.
Aplícalo ahora a cualquier imagen que la gente tenga de ti y que te haga ver que eres un genio, un sabio, un santo o algo parecido; siéntete halagado, y en ese momento habrás perdido tu libertad, porque en adelante no dejarás de esforzarte por conseguir que no cambien de opinión. Temerás cometer errores, ser tú mismo, hacer o decir cualquier cosa que pueda dañar dicha imagen. Habrás perdido la libertad de ponerte en ridículo, de ser objeto de bromas y chanzas, de hacer y decir lo que a ti te parezca, en lugar de lo que parece encajar con la imagen que los demás tienen de ti. ¿Cómo se acaba con esto? A base de muchas horas de paciente estudio, concienciación y observación de lo que tan estúpida imagen te proporciona: una emoción mezclada de inseguridad, falta de libertad y sufrimiento. Si logras ver esto con claridad, te desaparecerán las ganas de ser especial para nadie o de que nadie te tenga en una elevada consideración, no temerás andar con pecadores y personajes de dudosa reputación y harás y dirás lo que te plazca, sin importarte lo que la gente piense de ti. Conseguirás ser tan falto de auto-conciencia como los pájaros y las flores, demasiado ocupados en la tarea de vivir como para preocuparse lo más mínimo de lo que los demás puedan pensar de ellos y de si son o dejan de ser algo especial para otros. Y, al fin, lograrás ser libre y audaz.

El amor es ciego??

Se dice que el amor es ciego. Pero ¿lo es de veras? De hecho, nada hay en el mundo tan clarividente como el amor. Lo que es ciego no es el amor, sino el apego: ese estado de obcecación que proviene de la falsa creencia de que algo o alguien te es del todo necesario para ser feliz. ¿Tienes algún apego de esa clase? ¿Hay cosas o personas sin las que. equivocadamente, creas que no puedes ser feliz? Haz una lista de ellas ahora mismo, antes de que pasemos a ver de qué manera exactamente te ciegan.
Imagínate a un político que está convencido de que no puede ser feliz si no alcanza el poder: la búsqueda del poder va a endurecer su sensibilidad para el resto de su vida. Apenas tiene tiempo para dedicarlo a su familia y a sus amigos. De pronto ve a todos los seres humanos -y reacciona ante ellos- en función de la ayuda o la amenaza que puedan suponer para su ambición. Y los que no suponen ninguna de las dos cosas ni siquiera existen para él. Si. además de este ansia de poder, está apegado a otras cosas, como el sexo o el dinero, el pobre hombre será tan selectivo en sus percepciones que casi puede afirmarse que está ciego. Esto es algo que ve todo el mundo, excepto él mismo. Y es también lo que conduce al rechazo del Mesías. al rechazo de la verdad, la belleza y la bondad, porque uno se ha hecho ciego para percibirlas.
Imagínate ahora a ti mismo escuchando una orquesta cuyos timbales suenan tan fuerte que hacen que no se oiga nada más. Naturalmente, para disfrutar de una sinfonía tienes que poder oir cada uno de los instrumentos. Del mismo modo, para vivir en ese estado que llamamos "amor" tienes que ser sensible a la belleza y al carácter único de cada una de las cosas y personas que te rodean. Difícilmente podrás decir que amas aquello que ni siquiera ves: y si únicamente ves a unos cuantos seres, pero excluyes a otros, eso no es amor ni nada que se le parezca, porque el amor no excluye absolutamente a nadie, sino que abraza la vida entera: el amor escucha la sinfonía como un todo, y no únicamente tal o cual instrumento.
Detente ahora por unos instantes y observa cómo tus apegos -al igual que el apego del político al poder, o el del hombre de negocios al dinero- te impiden apreciar debidamente la sinfonía de la vida. O tal vez prefieras verlo de esta otra manera: existe una enorme cantidad de información que, procedente del mundo que te rodea, afluye hacia ti a través de los sentidos, los tejidos y los diversos órganos de tu cuerpo, pero tan sólo una pequeña parte de esa información consigue llegar a tu mente consciente. Es algo parecido a lo que ocurre con la inmensa cantidad de "feed-hack" que se envía al Presidente de una nación: sólo una mínima parte de la misma llega hasta él, porque alguien de su entorno se encarga de filtrar y tamizar dicha información. ¿Quién decide, pues, lo que finalmente, de entre todo el material que te llega del mundo circundante se abre camino hasta tu mente consciente? Hay tres "filtros" que actúan de manera determinante: tus apegos, tus creencias y tus miedos.
En primer lugar, tus apegos: inevitablemente, siempre prestarás atención a lo que favorece o pone en peligro dichos apegos, y fingirás no ver lo demás. Lo demás no te interesará más de cuanto pueda interesarle al avaro hombre de negocios cualquier cosa que no suponga hacer dinero. En segundo lugar, tus creencias: piensa por un momento en el individuo fanático que tan sólo se fija en aquello que confirma lo que él cree y apenas percibe cuanto pueda ponerlo en entredicho, y comprenderás lo que tus creencias suponen para ti. Finalmente, tus miedos: si supieras que ibas a ser ejecutado dentro de una semana, tu mente se centraría exclusivamente en ello y no podrías pensar en otra cosa. Esto es lo que hacen los miedos: fijar tu atención en determinadas cosas, excluyendo todas las demás. Piensas equivocadamente que tus miedos te protegen, que tus creencias te han hecho ser lo que eres y que tus apegos hacen de tu vida algo apasionante y firme. Y no ves, sin embargo. que todo ello constituye una especie de pantalla o filtro entre ti y la sinfonía de la vida.
Naturalmente, es del todo imposible ser plenamente consciente de todas y cada una de las notas de dicha sintonía. Pero, si logras mantener tu espíritu libre de obstáculos y tus sentidos abiertos, comenzarás a percibir las cosas tal como realmente son y a establecer una interacción mutua con la realidad, y quedarás cautivado por la armonía del universo.
Entonces comprenderás lo que es Dios, porque al fin habrás entendido lo que es el amor.
Míralo de este modo: tú ves a las personas y las cosas, no tal como ellas son, sino tal como eres tú. Si quieres verlas tal como ellas son, debes prestar atención a tus apegos y a los miedos que tales apegos engendran. Porque, cuando encaras la vida, son esos apegos y esos miedos los que deciden qué es lo que tienes que ver y lo que tienes que ignorar. Y sea cual sea lo que veas, ello va a absorber tu atención. Ahora bien, como tu mirar es selectivo, tienes una visión engañosa de las cosas y las personas que te rodean. Y cuanto más se prolongue esa visión deformada, tanto más te convencerás de que ésa es la verdadera imagen del mundo, porque tus apegos y tus miedos no dejan de procesar nuevos datos que refuercen dicha imagen. Esto es lo que da origen a tus creencias, las cuales no son sino formas fijas e inmutables de mirar una realidad que de por sí, no es fija ni inmutable, sino móvil y en constante cambio. Así pues, el mundo con el que te relacionas y al que amas no es ya el mundo real, sino un mundo creado por tu propia mente. Sólo cuando consigas renunciar a tus creencias, a tus miedos y a los apegos que los originan, te verás libre de esa insensibilidad que te hace ser tan sordo y tan ciego para contigo mismo y para con el mundo.



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